En los
números iniciales de PRIMICIAS, una pluma sólida, diestra tenía a su cargo la
justa ponderación de los grandes valores individuales de nuestra villa.
Las
circunstancias no lo permitieron por mucho tiempo, en contra de nuestra
voluntad y de la suya propia, proseguir con aquella sección tan justiciera e
interesante.
Nos vimos
privados entonces de una colaboración honrosa y los lectores de una página
sustantiva.
No obstante
comprendimos la necesidad de llenar el claro producido en nuestras columnas y de
ahí surgieron toda una serie de artículos biográficos no ya dedicados a los
valores universitarios sino a las figuras populares: cantores, deportistas, en
fin, en cuantos constituyen el blanco de la admiración común.
Hoy nos
toca siguiendo este tren de justos homenajes, referirnos a Valentín Juan Díaz.
Valentín es
un muchacho de todos conocido. Lo enfocamos en la calle en horas de la mañana o
la tarde cuando el día crepusculiza. Es eminentemente callejero y a la par de
callejero es también eminentemente gritón.
Pero ni una
cosa ni la otra lo es porque sí nomás, puro gusto sino por lógica exigencia de
su oficio, porque Díaz es nuestro más popular canillita.
Estamos
hablando de “Tito”. Aclaramos para justificar nuestros adjetivos y para que el
lector deje de torturarse la mollera.
Valentín
Juan Díaz y Tito son una sola persona. Tito sin embargo es más popular, está
más familiarizado en el trato cariñoso de la muchachada.
Hablar de
Tito es hablar de algo esencialmente nuestro. Una parte elemental del Ituzaingó
viviente. Las figuras populares como las de él no se las designa por el nombre
de pila. Este se deja para la tiesura cortesana. El trato íntimo y popular se
valen siempre de un sobrenombre cualquiera simpático y cariñoso.
De ahí que
a Valentín Juan Díaz no se le conozca por tal, sino por “Tito” que suena más a
familia, a amigo, a compañero…
Ituzaingó
nuestro pueblo es una gran familia y Tito es parte integrante de la misma. Hay
quienes residen en el pueblo y no son de la familia, es decir no conviven con el
pueblo, son vecindades no más, extrañas, ausentes… Para vivir con el pueblo,
para ser de la familia ituzainguense, menester es compartir la calle, el café,
el club…
Entonces se
descubren los demás miembros y salta a la vista que con tal o cual se comparte
un vínculo común, se pertenece a la misma familia. ¿Y quién no ha visto en la
calle o en el café o en el club integrando los corrillos y animando los
comentarios, la presencia de Tito?
Tito está
en todas partes en todos los lugares del pueblo, es el muchacho más popular y
no le faltan méritos para ello, su popularidad se la ha ganado en buena ley.
Hace 8 o 9
años llegó a Ituzaingó, era un forastero, se afincó aquí y pasó a ser entonces
un nuevo vecino y de entrada nomás se metió a canillita. Su voz comenzó a sacar
ecos de todos los ámbitos del pueblo y a adentrarse en los oídos con el timbre
de una personalidad propia; se popularizó.
Bueno,
afable, simpático, conquistó pronto la muchachada y se hizo un compañero más.
Su afición
a los deportes le valió en 1937 un honroso premio discernido por el intendente
Amato, al inaugurarse la Plaza Norte. En aquella oportunidad sobre los demás
competidores se distinguió brillantemente ganando la Maratón, y el año pasado
lo vimos en el Campeonato Interno del Club Atlético compartir el cuarto puesto
con el cuadro “Jettatore” en donde se destacó por su entusiasmo y aquilatado
espíritu deportivo.
Todos estos
antecedentes, a grandes rasgos citados, y otros que dejamos sin querer en el
tintero, justifican el cariño y simpatía de que Tito disfruta en el pueblo. No
por nada tiene decidido, según nos lo ha dicho confidencialmente, no separarse
nunca de Ituzaingó.
Ituzaingó
es para él como decimos nosotros un hogar grande, un hogar cuyo holgado ámbito
llena él todas las noches con sus pregones volanderos.
A.S.H.
(revista “Primicias”, año 1939)